sábado, 24 de octubre de 2009

La eterna espera

Él estaba parado al otro lado de la calle, justo enfrente mio. Me miraba con esos ojos silenciosos, pero con un brillo que podían hipnotizar a cualquier persona que cayera en su tentación. De repente todo freno, miré mi reloj, eran las tres en punto. Los autos se detuvieron a mí pasar, las personas quedaron inmóviles, eran como maravillosas estatuas de mármol. Él seguía ahí. Decidí acercarme lo más que podía. Ya casi llegaba, estaba a tan solo treinta centímetros. De repente desapareció. Giré e intenté ver a mí alrededor pero me era imposible. Me encontraba totalmente perdida. ¿Dónde estaba? ¿Dónde estaba él? Todo comenzó a girar, los autos retrocedían al mismo tiempo que las personas. Lentamente me iba quedando sola. ¿Dónde estoy? ¿Qué pasa?, eran las preguntas que resonaban en mi cabeza una tras otra repitiéndose sin parar. Cerré los ojos y al abrirlos me encontraba en mi casa, recostaba en mi sofá boca arriba. Sobre mi pecho había un ramo de jazmines, y una pequeña nota que decía “para ella”. Me reincorpore de inmediato y comencé a recorrer la casa. Todo estaba normal. ¿Qué había pasado? Decidí volver a esa esquina, quería verlo, quería saber quién era. Eran las seis de la tarde. Todavía era de día. Llegué, lo esperé por dos horas, pero no lo volví a ver . Pensé que seria mejor volver al día siguiente, a la misma hora. Y así fue, eran las tres de la tarde del otro día. Me apoyé contra un árbol que había a mi izquierda y lo esperé, pero nunca llego. Fueron días en donde se repetía la misma historia, iba, lo esperaba, pero nunca llegaba. Hasta que un día volvió. Esta vez fue todo muy tranquilo, no paso nada sobrenatural. Me acerqué de apoco hacia él hasta que lo alcancé. Nos miramos fijamente. Logré ver el color de sus ojos, eran como marrones claros, aunque realmente no sabría muy bien como describirlos. Fueron aquellos ojos los culpables de haberme hipnotizado. Lo abracé, sus labios se volvieron más insistentes y una de sus manos comenzó a enredarse en mi pelo y al mismo tiempo una de las mías se enredo en el suyo. Al primer roce de nuestros labios el tiempo se detuvo nuevamente.